martes, 12 de marzo de 2019

CERRO DEL CABALLO (3.011 m.); donde ponemos el ojo....

   El Cerro del Caballo goza de una localización emblemática, es visible desde cualquier punto de la amplia vega granadiana, es el tresmil más occidental de Europa. Por su vertiente oeste, en el circo glaciar llamado Rinconada de Nigüelas, nace el Río Torrente, en su ladera sureste se encuentra el marcado valle del río Lanjarón, al sur tenemos la costa de Motril  y al este se otean los tres colosos de Sierra Nevada: Veleta, Mulhacen y Alcazaba, con lo que quiero decir que, en un día claro como el que tuvimos nosotros y desde su vértice geodésico, mires pa' donde mires, las panorámicas son de escándalo, y si está nevado como en este mes de febrero de 2.019, el éxtasis está asegurado, pero para el embeleso en la cumbre, y volver hasta el Mirador de la Rinconada de Nigüelas, lugar desde donde partimos, tuvimos que salvar un desnivel positivo de 1.072 m., recorrer una distancia de 14 km. y gastar 6 horas y media con paradas (pocas) incluidas.

Los integrantes de la Ruta, en el Mirador de la Rinconada de Nigüelas, de dech. a Izq.:
Kisco, Jacinto, Juan, Susana y yo. Farú, el perro de Juan y Susana, estaba correteando.  

   Para llegar a este mirador, en coche, pasamos por las estrechas calles del bonito pueblo de Nigüelas, situado a mitad de camino entre Granada capital y la costa, en la Comarca del Valle de Lecrín. A las afueras del pueblo, cruzamos por un estrecho puente y pasamos al margen izquierdo del Río Torrente, tomando un camino insufrible de trece kilómetros en malísimo estado, camino no apto para turismos. Nosotros rozamos varias veces los bajos del Renault Cangoo de Juan. Después de cuarenta y cinco minutos tortuosos para el coche llegamos al mirador más agitados que un cóctel.
   Ahora sabemos que, previo pago, hay personas del pueblo que hacen el traslado de ida y vuelta en 4x4 de 8 plazas. Es otra opción para la próxima vez que "montemos" en el Caballo.

Preparándonos para el comienzo.

   Las vistas desde el mirador son impresionantes. Un auténtico circo glaciar ante nuestros ojos, una basta extensión que antaño estaba rebosante de suertes. Y te peguntarás.... ¿qué es una suerte? Suerte es una pequeña superficie de tierra de labor que los lugareños cultivaban para poder sobrevivir, nos lo explicó un  amable nigüeleño socio del Club de Montaña Cerro del Caballo que andaba por allí. Y a renglón seguido dijo ¡"menuda suerte"! Y lo decía con conocimiento de causa, porque él había vivido y trabajado en una de esas "suertes".
   Después de ver la hermosa panorámica, nos vamos preparando para la partida.
  Desde el minuto uno vemos nuestro objetivo a lo lejos, lejos, lejos, lejos.... Parece mentira que se pueda llegar hasta allí andando, pero todo es ponerse, y nosotros lo hicimos por el sendero que va por la cuerda de la Loma de los Tres Mojones.

Susana, Farú y Juan sumidos en sus pensamientos.

   La subida no tiene perdida alguna porque siempre vamos viendo el pico del Caballo.  A los dos kilómetro y medio nos calzamos los crampones. A partir de aquí, pusimos el ritmo que a cada uno más le convenía y de reojo veíamos la cima. La nieve en muchos tramos era hielo, lo que nos hacía relentizar el paso por precaución y, principalmente, porque la pendiente se iba agravando y nosotros estamos algo desentrenados en nieve.
             
Aquí nos pusimos los crampones.
Montaña, nieve, sol y cielo para el cuerpo.

   ¿Ya estamos? ¿Ya hemos llegado? La llegada, a la alomada cima, no la esperas. Lo normal es que aparezca la típica antecima para desmolarizarte y esta no la tiene. ¡Qué alegría! Las felicitaciones no se hicieron esperar....Y después cada loco con su tema. Jajaja. Dos horas y media tardamos en llegar.

Con las alas al viento.
Con la nieve, también al viento.
Con el amor a flor de piel.
Con el valle de Lanjarón a las espalda.
Y con el dedo del fotógrafo señalándonos.

   ¿Será el mal...? o mejor dicho, ¿será el bien de altura lo que nos provoca este momento inolvidable que tanto celebramos? Siempre me lo pregunto. Habrá que estudiarlo.
   Pasado el rato de euforia, nos pusimos a reconocer el lugar y todo lo que se podía ver desde esas alturas que era mucho y bonito.

Reconocimiento del lugar.
Refugio y Laguna del Caballo, cubierta de nieve, con el rebaje artificial de desagüe en su morrena frontal de cierre.

   Y a bajar se ha dicho. Nuestra ruta iba a ser circular, de modo que  bajamos al collado cercano a la Laguna del Caballo, y desde allí, observamos en la lejanía un camino bien definido, es la pista que va paralela a la Acequia de los Hechos. Es nuestro nuevo objetivo. No hay obstáculo evidente por medio, sólo hay nieve. Es una gozada ponerle el ojo a la pista y poner en práctica la frase de Arquímides "La distancia más corta entre dos puntos es una linea recta". Y pa' ya vamos. Con el ojo en la pista y la mente en el bocata.

Bajada hasta el collado cercano a la Laguna del Caballo.
Es una pasada caminar sin obstaculos en la nieve.

   El ansiado bocata se hizo esperar hasta que encontramos un lugar resguardado del viento cerca del Barranco del Caballo. El susurro de un hilo de agua que surgía por debajo de la nieve, en un silencio absoluto, hizo las delicias para nuestros oídos. Desde allí pudimos ver una gran caída que en la estación del deshielo tiene que ser digna de ver.
   El agua nos contaba cosas y nosotros escuchábamos, poco tuvimos que hablar mientras recuperábamos la energía perdida. 

El almuerzo junto al barranco cubierto de nieve.

   Terminado el sustento, nos encaminamos a la pista, cubierta de nieve, que veníamos viendo desde que comenzamos el descenso. Paralela al camino y soterrada va la Acequia de los Hechos. Esta última parte del recorrido nos lleva al Cortijo de Echevarría, donde Jacinto, Susana y Kisco se plantaron para esperar que Juan fuera por el coche al mirador. Yo decidí seguirlo y terminar con deportividad el kilómetro y medio de subida que aún nos quedaba, pero al poco, apareció nuestro amigo Pepe (el que nos contó lo de la suerte) y nos invitó a subir en su 4x4, cosa que agradecimos, ya que la cuesta se estaba poniendo un poco pesada.

Enlazando con la pista. Los Alayos de Dílar al fondo.
Lo que queda del Cortijo de Echevarría.
Fuente Fría junto al Cortijo de Echevarría.
 
   Estiramos un poco, nos cambiamos de ropa y nos metimos en la "coctelera" para bajar por el insufrible camino hasta Nigüelas. Como era la segunda vez que pasábamos por él, nos fijamos con más detalle en la tremenda falla que tenemos a la derecha y en las descomunales piedras de un gran derrumbe. Piedras tan grandes como casas al filo del camino, piedras que parecen estar deseando seguir rodando. Algunos de nosotros rezamos y todos cruzamos los dedos para que no se dispusieran a rodaran mietras pasábamos. También nos fijamos mejor en una singular casa de piedra que posíblemente fuera un alojamiento rural.
   Llegamos a Nigüela sanos y salvos, y todos estuvimos de acuerdo en que nos merecíamos un refrigerio. No pudimos escoger mejor sitio (donde ponemos el ojo.... nos comemos la tapa), ya que elegimos la plaza/aparcamiento que hay a la entrada del pueblo, donde se encuentra la terraza del Bar Rincón de Miguel, el lugar perfecto para terminar la jornada. No hay foto porque estábamos muy entretenidos viendo ponerse el sol, conversando con los amables lugareños y degustando unos montaditos de lomo y unas tortillas de espinacas con atún que estaban para chuparse los dedos.

Todo lo descrito aquí os lo podéis imaginar, 
pero lo mejor es que lo descubrais por vosotros mismo
 y que donde pongáis el ojo....pongáis la "cabra" que llevamos dentro.  

Fin.


       

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